Son las 4.47 am. Tengo esa angustia que sentí el día que me fuí de tu casa. Esa sensación abrumadora que comenzó al bajar del avión, el trámite eterno en Migraciones, escuchar a ese taxista idiota, saber que dormía por última vez en tu cama, mirar los autos de la autopista pasar y preguntarme hacia a donde iba esa gente a esa hora, no querer pensar en el mañana, no querer cerrar las cajas que dejamos listas antes de viajar.
Recuerdo escucharte dormida preparando los detalles de la mudanza con celeridad. Reverberar como no podía respirar en el ascensor bajando con la última tanda de cosas. Demasiadas mudanzas en poco tiempo. La crudeza de despedirme de tu casa que habías dejado que sea también la mía. Esa cocina donde me abrazabas mientras te preparaba la cena y donde me cogías mientras lavaba los platos. El sillón de las noches de malbec. El baño donde siempre te iba a hablar cuando te duchabas y vos me reclamabas intimidad. Saber que iba a extrañar ese balcón donde me quedé encerrada la primera vez que fui a visitarte, que me retaras por andar desnuda cuando todavía no tenías las cortinas. Y sobre todo tu cama, nuestra cama, mi lado de tu cama ahora vacío.
Qué linda historia de amor!
ResponderBorrartiene los condimentos justos.
Buen provecho!
Son esas historias que cuando se evocan, provocan las sonrisas más auténticas posibles.
Me alegro por vos.