La huida empieza en los labios de otra mujer. Ella ataca, pretende contemplar mi pureza corrompida en su lecho. Me sumerge en este juego impùdico, depreda mi carne con desmesura para cruzar el umbral de los excesos hasta alcanzar ese lugar donde mi inocencia roza su lujuria.
El caudal de la indecencia se incrementa mientras me pierdo en la perfecta simetrìa de nuestros cuerpos. Es el pecado hecho espejo el que manifiesta que esta noche el deseo prescinde de lo ajeno.