Fue perversa la noche que me guío a tus labios en una búsqueda interminable de éxtasis. Colmada de despojo decidí que la entrega de mi ánima florecería de la forma más deleitable. Y así fue... estremeciste mi carne, cautivaste mi alma, saciaste y asimismo potenciaste mis deseos por arder entre las llamas del placer. La ausencia de luces fue cómplice de nuestros juegos, plagados de miradas ciegas y caricias libertinas, y mi carne con mayor intensidad se estremecía ante tu cercanía.
Tu feroz respirar consumía mi aliento mientras expulsabas mis miedos. Mi dolor se marchitaba ante tu imagen, entonces creía que el día de mi redención estaba próximo.
Soñaba con los más dulces juegos que compartiríamos, pensaba en cada una de las miradas que perpetuaría en el tiempo, y el modo en que tus ojos se posarían en la finitud de mi cuerpo. Creaba nuestro pequeño cosmos tejiendo nuestros seres con hebras invisibles y eternas de anhelos. Deseaba que crecieras dentro mío, y habitaras en la profundidad de mi existir dominándolo todo con tu inmaculado silencio.
Y quería que fuera de esa manera porque las palabras jamás nos fueron útiles... no hicieron falta para encontrarnos en la infinidad del universo y por eso decidí que prescindiríamos de ellas. Tal vez, mi desprecio hacia esas malditas se torno en su venganza... súbitamente llegaron a mis oídos, colmaron también mis ojos presentándose con la confusa inexactitud que las caracteriza y entonces revelaron cruelmente tu secreto.
Comencé a desvanecerme, sentirme fría cuando te convertiste en neblina, una figura vacía entre mis sombras. Te transformaste en un complejo delirio quebrantado. Y en este instante dejando mi obstinación de lado, tomo a mis enemigas como aliadas simplemente para manifestar que ya no creo en el Amor, simplemente porque el Amor no cree en mí.